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Vayerá

Bereshit 22-2: “Y le dijo toma, por favor, a tu hijo, el único, al que amas, a Yitzjak y vete a la tierra de Moria y ofrécelo allí como ofrenda sobre uno de los montes que yo te diré”.

Abraham tenía 137 años y su hijo Yitsjak 37 años cuando recibió la orden de ofrecerlo como ofrenda. De Yitzjak tenía que salir toda la descendencia para constituir el pueblo de Israel, como D-s ya le había anunciado previamente, pero la dificultad es aún mayor, cuando D-s le dice “…sobre una de las montañas que yo te diré…”, esto implica que D-s se le tiene que volver a revelar para anunciarle la montaña.

Por tanto, hay una doble prueba: por un lado, llevar a su hijo a sacrificar, y por otro, mantenerse en un estado de alegría y plenitud para que D-s se le vuelva a revelar e indicarle el lugar.

Del patriarca Yaacob aprendemos que la profecía no se manifiesta sino cuando la persona está en plenitud y alegría. Durante los 22 años que Yaacob pensaba que Yosef había fallecido perdió la profecía. Si Abraham se angustiara y se desanimara, no podría recibir la segunda orden relativa a la ubicación del monte donde se tenía que realizar la ofrenda.

La revelación del lugar no se produce de inmediato, sino que fue al tercer día, como narra la Tora: “…Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos…”. Rashí explica que Abraham identificó el lugar, porque había un aura de luz sobre la montaña. Pero esa aura solo podía ser vista por el profeta, no siendo accesible a cualquier otra persona. Esa fue la segunda revelación.

La orden divina de sacrificar a su hijo implicaba que Abraham tenía que cumplir, una orden que era irracional, y que tenía que mantener un estado de integridad para que D-s le pueda revelar y anunciar el lugar.

¿De dónde extrajo las fuerzas Abraham para llevar a sacrificar a su hijo, y además mantener ese estado de plenitud? Abraham estaba totalmente seguro que este mandato era de origen divino, porque si hubiera tenido la mínima duda de que la profecía no le venía de D-s, no hubiera llevado a su hijo a sacrificar.

De este episodio aprendemos, de acuerdo con Maimónides, que cuando el profeta recibe la revelación tiene el 100% de certeza que es D-s el que le habla.

De Abraham aprendemos el significado del Bitajón (la seguridad en D-s), por tener el convencimiento de que cualquier sufrimiento que a la persona le suceda, aunque no lo podamos entender, constituye el tratamiento que nuestra alma necesita, y si no fuera para nuestro beneficio, D-s no nos lo enviaría.

Esto puede entenderse con un ejemplo. Hay dos personas que quieren hacerse un chequeo y van al médico. A uno de ellos, el médico le dice que vuelva a casa que está sano, y al otro, que acuda al hospital que se tiene que operar. Este último puede pensar “¡¡esto no es justo!! ¿Por qué él otro se puede ir a su casa y yo tengo que operarme?

Y así es como lo entendió Abraham “… si D-s me da la orden aunque no tenga ninguna lógica o sentido, de seguro tiene que tener un beneficio para mi alma”.

Aprendemos en esta parashá que las pruebas no las elige la persona. “Diez pruebas tuvo que soportar Abraham Avinu, y las superó todas, para hacernos saber el amor tan grande que él sentía por D-s”, escribe el Pirke Abot.

Si los acontecimientos no los elegimos, entonces la actitud o la libertad del ser humano consiste en cómo vamos a reaccionar ante la prueba, y que actitud vamos a adoptar. Abraham sabía que las pruebas vienen para elevarnos, darnos una oportunidad de superación y de elevación espiritual.

Abraham supo mantener la plenitud y la integridad en todas las pruebas.

No hay que olvidar que cada prueba tiene un sentido trascendente para nosotros, y que si D-s nos la manda es porque hay algo que tenemos que reparar en nuestra alma, y es una oportunidad de crecimiento.

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