Exalumna del colegio Ibn Gabirol gana el premio social Princesa de Girona
Por Verónica Nehama de Linder
El 24 de marzo de 2022, Claudia Tecglen recibió, en nombre de su Fundación “Convives con Espasticidad”, el premio social de la Fundación Princesa de Girona, en reconocimiento a una labor que comienza en el año 2008. La entidad, sin ánimo de lucro, ayuda a las personas afectadas por alguna discapacidad a afrontarla activamente, potenciando sus capacidades gracias a la utilización de nuevas tecnologías; el equipo les ofrece apoyo durante las 24 horas al día, y les enseña a vivir con plenitud ofreciéndoles un horizonte de esperanza.
Llevo años comunicando a través de Facebook con muchos exalumnos y profesores y formamos una red tejida de recuerdos y de vivencias que nos mantienen unidos e informados. Claudia hizo estudios brillantes de EGB en el colegio Ibn Gabirol, y después del bachillerato estudió psicología y se graduó venciendo las operaciones correctoras y los dolores que la obligaban a hacer una larga rehabilitación diaria. Nació con parálisis cerebral, y el diagnóstico del médico fue demoledor “Será un vegetal”. Afortunadamente sus padres no se rindieron y con amor y estimulación Claudia creció como cualquier niño, sin más limitaciones que las que le imponía la debilidad de sus piernas y sus incapacitantes crisis de espasticidad. Desde pequeña entendió que la ayuda exterior es valiosa, pero que su voluntad de mejorar era el motor que mantendría su barco a flote. No se rindió, y encontró los apoyos que necesitaba porque su optimismo era más que una actitud; era una exigencia.
Claudia es una persona agradecida y en una entrevista publicada en el diario ABC del día 16 de abril, habla de las tres “suertes” que cambiaron su vida. El amor de sus padres, su buena posición económica y el colegio que la aceptó sin reticencias para cursar una escolaridad acorde con sus capacidades intelectuales, sin amedrentarse por los problemas de logística. El mazal, los judíos lo sabemos bien, es fundamental, pero reconocer las ayudas prestadas nos hace más empáticos y aprendemos a compartir. Apoyar a los demás nos permite ayudarnos a nosotros mismos, y el saber se transmite por vasos comunicantes; el maestro siempre aprende del alumno.
Quien conoce hoy el Centro de estudios Ibn Gabirol-Colegio Estrella Toledano, no puede imaginarse los comienzos de una institución creada con mucha ilusión y pocos medios. En 1978, después de doce años de funcionamiento como apéndice de la Comunidad Israelita de Madrid, el director se marchó y el pequeño centro educativo se quedó, en pleno curso escolar, sin responsable académico. La Junta escolar designó a dos profesoras, Alegría Salama y Verónica Nehama, para hacerse cargo- provisionalmente- de una situación que era caótica. El colegio tenía 125 alumnos, no estaba reconocido por el Ministerio de Educación y Ciencia, impartía la docencia en francés ¡Y los escasos profesores ni siquiera tenían diplomas oficiales! El ministerio quiso cerrar el centro hasta obtener la licencia de funcionamiento, pero resolvimos los problemas y contratamos a un equipo maravilloso que se implicó en la construcción de una institución educativa que hoy es el orgullo de nuestra Comunidad.
El colegio de la Moraleja era entonces plural y ofrecía una enseñanza personalizada que atraía a mucha gente del barrio. Los docentes, muy entusiastas, aceptaban todos los retos y nos convertimos en el “sanatorio” de chicos con problemas, que nos ayudaron a desarrollar metodologías que también reforzaban a los alumnos brillantes. Toda la comunidad escolar se preocupaba de los problemas particulares, que se convertían en comunes, y ayudaban a la cohesión de un grupo multidisciplinar que incluía a docentes, personal de servicios, padres y alumnos. Fuimos pioneros sin saberlo en técnicas que hoy se aplican para convertir a los estudiantes en protagonistas de su propio aprendizaje. Éramos una familia y nuestra obligación era cuidarnos porque si uno se quedaba atrás era un fracaso colectivo.
En 1982, nos enfrentamos a un dilema. Yo tenía dos sobrinas mellizas con parálisis cerebral, que afectaba su motricidad, pero no su inteligencia. Intentamos escolarizar a las dos, pero una de ellas tenía además problemas de epilepsia, y después de un año nos quedamos solo con una. La experiencia fue tan gratificante que a lo largo de los años integramos con éxito a una chica sorda, un niño con síndrome de Down y varios alumnos con dificultades de aprendizajes. Nuestra lengua vehicular era el francés, lo cual añadía problemas inesperados para los chicos que debían aprender a leer y escribir en tres idiomas. Las dificultades aguzan la inventiva y nos dimos cuenta de que éramos capaces de innovar y de construir didácticas a la medida de los alumnos. Todos tenían potencial, era cuestión de descubrirlo y alentarlo porque la profesión docente trasciende la mera transmisión de conocimientos. Con cariño e ilusión descubrimos metodologías inéditas y pasábamos horas discutiendo grafías y pictogramas, contenidos de lengua y matemáticas… o excursiones que entonces no se estilaban porque su organización era complicada.
Las casualidades no existen. Un año antes de que mi sobrina terminase la Educación General Básica, Claudia Tecglen se presentó con sus padres, para ingresar en educación infantil. Era una niña preciosa, voluntariosa y espabilada que manejaba a la perfección sus muletas, que hablaba sin cesar y que nos conquistó. Teníamos experiencia y como ella ha dicho en un artículo, ya habíamos vencido el paralizante miedo a los prejuicios. La frágil y decidida Claudia estuvo con nosotros hasta octavo de EGB, hizo buenos amigos y se ganó el corazón de todos por su capacidad de aprender y su tesón. Entre operaciones y sesiones de rehabilitación, aprobó con excelentes notas y se mostró siempre alegre y dispuesta a emprender nuevas experiencias. Jamás faltó a una salida extraescolar e incluso asistía como “oyente” a las clases de gimnasia, de las que estaba exenta. Le pedí que inaugurara el nuevo polideportivo “David Varsavsky”, que ella no podría utilizar, y su discurso, frente a un nutrido auditorio, nos emocionó profundamente porque demostró ser generosa y agradecida.
Hoy, la fundación que dirige Claudia es un referente pues ha hecho visible una carencia física que en nada merma el potencial intelectual, y se ha hecho merecedora de muchos premios, además del Princesa de Girona. Nuestra amiga está continuamente dando las gracias, a su familia, a su padre Ernesto, a su equipo, a sus amigos y a sus fisioterapeutas y profesores a quienes no olvida. Quizás este sea uno de los secretos de su permanente sonrisa.
Como todos nuestros queridos exalumnos, esta gran profesional forma parte de la familia Gabirol y nos recuerda con cariño. Esta es nuestra mejor recompensa.
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