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Jayé Sará

Bereshit 23-1,2: “… Y fue la vida de Sara ciento veintisiete años; estos fueron los años de la vida de Sara. Y murió Sara en Kiriat Arba, que es Hebrón, en la tierra de Canaán y vino Abraham a hacerle un discurso fúnebre y a llorarla…”

En este versículo el orden está invertido, cuando una persona escucha que ha fallecido un ser querido, lo primero que hace es llorar y luego hace un discurso fúnebre, pero en este versículo primero aparece “hacer un discurso fúnebre” y luego “llora”.

El orden debería ser…” y vino Abraham para llorar y hacer un discurso fúnebre…” Abraham invirtió los términos, porque la muerte de Sarah ocurre inmediatamente después de la “Akedá Yitzhak” (Sacrificio de Yitzhak).

Termina la parashá anterior “Vayerá” con el sacrificio de Yitzhak, en el momento que Abraham recibe la orden de detener su mano, y dejar con vida a su hijo porque se trataba de una prueba.

Después que Abraham acabara con esta dura prueba, pensaríamos,” D-s ya no le va a mandar pruebas tan duras, por fin finalizaron las etapas de su desarrollo espiritual”

En cambio, la realidad es otra, a su regreso encuentra a su mujer muerta.

En ese momento, la reacción natural de Abraham sería rebelarse y exclamar “…D-s mío ¿qué más quieres de mí? ¿Todavía tengo que hacer algo más? ...” Cuando Abraham regresó del Monte Moriah y vio a su mujer fallecida, pensó esto es otra gran prueba. Si ahora me pongo a llorar, los sentimientos me van a embargar y van a provocar que diga palabras indebidas. Por eso me controlaré, haré el discurso fúnebre y luego lloraré para desahogarme…”.

En la palabra “… Y a llorarla…” aparece una letra, la caf, en tamaño más pequeña, porque Abraham lloró poco. Abraham sabía que este mundo es temporal, pero el alma es inmortal y pronto se reencontraría con ella, por tanto, no era una despedida definitiva y no cabía llorar con desgarro, sino de forma controlada.

Nunca podemos perder la perspectiva que este es un mundo de pruebas, al que hemos venido para desarrollar nuestra alma y estas forman parte de nuestra vida.

Y de ahí, que Abraham supo cómo hacer frente a esta dura prueba y la acometió con frialdad, realizó un discurso fúnebre y a continuación, lloró, pero con moderación.

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