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Un nuevo tiempo para nombrar juntos

Querida comunidad:


Este año, en el umbral de las Fiestas Mayores, me siento profundamente honrado de poder compartir con ustedes, por primera vez como Rabino de esta querida comunidad, una reflexión que nace desde lo íntimo, desde ese espacio donde la Torá se entrelaza con la vida, y en el momento en que el calendario judío trasciende la rutina, para convertirse en una brújula espiritual que nos orienta en medio de nuestras búsquedas, nuestros silencios, nuestras celebraciones y también nuestras incertidumbres.


Vivimos rodeados de relojes, pero el tiempo que mide el alma es otro. El calendario judío no es sólo una secuencia de fechas, sino una partitura sagrada que conecta lo infinito con lo cotidiano. Hay momentos en los que la energía espiritual del universo se vuelve especialmente accesible: días en los que el cielo se acerca un poco más a la tierra, y se nos da la oportunidad de resonar con esa presencia, si estamos lo suficientemente atentos. Pero esa conexión no ocurre sola. Necesita de nosotros. Necesita que escuchemos.


La Torá dice: “Ele moadé Hashem […] asher tikreú otam bemoadam” —“Estos son los tiempos de Hashem, que ustedes convocarán como días sagrados en sus tiempos”. Es decir, la sacralidad de cada momento depende también de cómo lo nombramos. De cómo lo llamamos. De cómo lo vivimos.


Los sabios del Sanedrín antiguamente santificaban los meses según el testimonio de quienes veían la luna nueva. Hoy, seguimos un calendario establecido por grandes sabios del pasado, pero la enseñanza sigue viva: no hay santidad en el tiempo si no hay consciencia humana que lo nombre, que lo convoque, que lo escuche.


Cada fiesta, cada cita en nuestro calendario, es una estación espiritual. Pesaj nos habla de liberación. Shavuot de revelación. Rosh HaShaná de introspección. Y Kipur, de reconciliación. Pero esos mensajes no descienden solos. Necesitan ser activados por corazones presentes, por seres humanos dispuestos a estar en sintonía con la profundidad de ese instante.


Y es ahí donde nace una de las preguntas más radicales y a la vez más íntimas: ¿Sabemos estar en el momento que nos toca vivir? ¿Sabemos escucharlo?

A veces, el pasado nos abraza con su recuerdo y el futuro nos inspira con su promesa, pero el mayor regalo sigue siendo el presente. Es aquí, en este instante, donde todo puede comenzar. Cuando aprendemos a reconocer la belleza y el sentido del momento que vivimos —tal como es, con todo lo que trae— descubrimos que cada día es una oportunidad para crecer, agradecer y transformar. Nombrar el presente como sagrado es el primer paso para habitarlo con plenitud y permitir que florezca.


Nombrar el momento es darle un lugar. Es mirar el calendario no como un espectador, sino como un convocador. Es invitar a Hashem a estar con nosotros, no en una fantasía idealizada ni en un recuerdo nostálgico, sino aquí, en esta situación precisa: con sus retos, con su belleza imperfecta, con sus aprendizajes ocultos.


Esta conciencia no se limita a los días festivos. Cada día puede ser moed, una cita con lo divino, si sabemos convocarlo. El desafío es aprender a llamar cada instante por su nombre verdadero. A veces será “alegría”. Otras veces será “duelo”. A veces será “espera”. Otras será “acción”. Lo importante es no dejarlo sin nombre. Porque lo innombrado se vuelve ausencia.


Este es un mensaje que me he repetido muchas veces a mí mismo, especialmente en momentos de transición —como este que estoy viviendo—, donde es fácil sentirse desfasado, con el alma en un lugar y el cuerpo en otro. Pero el desafío espiritual consiste justamente en reconciliar esas capas. En decir: este es el tiempo que Hashem me ha dado. Y lo llamo y lo declaro kodesh. Y lo vivo con plenitud, sin forzar lo que no es, sin negar lo que sí es.


Entender esto nos exige humildad. Porque aceptar el presente también implica renunciar al control. Implica reconocer que no siempre sabremos si algo es bueno o mejor, hasta que pasa el tiempo, hasta que se revela el propósito. Por eso, en nuestras tefilot pedimos al Creador: “vetob be’eneja lebarejenu” —“bendícenos con lo que Tú consideras bueno”. No lo que yo quiero. Lo que Tú ves como bueno. Esa es la fe profunda de nuestro pueblo: no creer que vendrán tiempos mejores, sino que éste tiempo, aun con su dificultad, ya es parte del bien que Hashem me ofrece.

Por eso estas fiestas que se aproximan —días de juicio y misericordia, de claridad y de esperanza— son también una invitación a volver a llamar. A volver a escuchar. A declarar sagrado lo que tal vez parecía rutinario. A mirar con otros ojos la historia que estamos escribiendo juntos.


Cada uno de nosotros atraviesa su propio calendario interior. A veces hay luz, a veces sombra. Pero si sabemos decir: “ele moadé” —“esto también es un tiempo convocado por Hashem”—, entonces incluso los momentos inciertos pueden ser transformados en enseñanza, en conciencia, en vida.


Esta idea de convocar el tiempo con conciencia ha sido también mi guía en el proceso de decisión personal y familiar que hemos vivido en los últimos meses. Dejar mi comunidad de origen —aquella que me vio nacer, que me formó, que me acompañó en cada etapa de mi vida y a la que tanto amo— ha sido sin duda una de las decisiones más difíciles y profundas que hemos tomado como familia. Lo hemos hecho con lágrimas, con memoria, con gratitud y, sobre todo, con fe y esperanza. Porque sentimos que este nuevo llamado —integrarnos a la Comunidad Judía de Madrid y asumir el compromiso de liderarla espiritualmente— no es una mera mudanza. Es un moed. Es un tiempo que se ha convocado desde lo alto, y que hemos decidido nombrar también nosotros como sagrado.


Este año estaré aún por última vez en mi comunidad en México para cerrar, con corazón pleno, un ciclo lleno de bendiciones. Y, con la ayuda de Hashem, llegaré a Madrid después de la fiesta de Sucot para comenzar juntos este nuevo proyecto. Por último, quiero reiterar mi más profundo agradecimiento a la Junta Directiva de la Comunidad Judía de Madrid, liderada tan dignamente por su presidente Estrella Bengio, por la confianza que han depositado en un servidor para liderar este gran proyecto, y le pido al Todopoderoso que este nuevo tiempo no lo vivamos como espectadores, sino como protagonistas. Que cada uno de ustedes, los miembros de esta hermosa comunidad —desde su historia, su fe, su sensibilidad única— sepa reconocerse parte esencial de esta etapa. Que podamos construirla con intención, con corazón, con conciencia. Y que al mirar hacia adelante, sintamos con certeza que estamos en el lugar correcto, en el momento preciso, para dar vida juntos a un nuevo tiempo que sin duda será sagrado.


Shaná tová umetuká


Con afecto y bendición,


Rabino Moisés Chicurel

 
 
 

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