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Vuelven los hijos a casa

Por el Rabino Moisés Chicurel


Al concluir el período de fiestas, luego de compartir la alegría de la Torá en una fecha tan especial y significativa, volvemos a comenzar la lectura desde Bereshit. Pero esta vez, como nunca antes, nos sentimos renovados. Sentimos que el pueblo de Israel comienza un nuevo capítulo de su historia.

 

Dos años después del inicio de una guerra que nos llenó de angustia, volvemos a ver un milagro ante nuestros ojos: los hijos de Israel vuelven a casa. Nuestros hermanos han sido liberados. Cada imagen, cada nombre, cada abrazo revive la esperanza que nunca dejamos de pronunciar en nuestras tefilot.

 

Durante todo este tiempo no dejamos de pedir, de llorar, de suplicar. Día tras día pedimos. Semana tras semana encendimos velas, pronunciamos nombres, recitamos salmos y mantuvimos viva una sola certeza: que Hashem escucha nuestras tefilot y observa las lágrimas de Su pueblo. Y hoy, cuando regresan a casa los sobrevivientes, no puedo dejar de escuchar en mi mente las palabras del profeta Irmeyahu:

 

“Se escuchó una voz en Ramá, llanto y amargura... era Rajel que lloraba por sus hijos y no quería consolarse, porque no estaban. Pero así dice Hashem: evita tu llanto, porque tus acciones tendrán recompensa… y volverán los hijos a sus fronteras.”

 

Rajel, nuestra madre, al saber proféticamente de las persecuciones y cautiverio que habrían de sufrir sus hijos, no quiso consolarse, porque quien aún tiene esperanza no se resigna. Esa esperanza —la misma de nuestra madre Rajel— nos ha acompañado por generaciones. Hoy, con lágrimas de gratitud, vemos que sus ruegos y los nuestros no han sido en vano.

Aunque duele el alma por la pérdida de quienes no regresaron, se renueva la esperanza de saber que, como pueblo, seguimos firmes y que la vida y la fe continúan venciendo a la oscuridad.

 

Pero el mensaje de este milagro no termina en la emoción del retorno. Este momento nos invita a mirar hacia adentro y preguntarnos qué haremos con esta nueva oportunidad.

 

Rajel, cuando fue cambiada por su hermana y se le negó casarse con el amor de su vida —nuestro padre Yaacob—, podría haber exigido justicia. Sin embargo, eligió el silencio para no avergonzar a su hermana. Ese acto de absoluta humildad y hermandad incondicional fue el mérito por el cual, dicen los sabios, el pueblo de Israel será finalmente redimido, incluso si no fuésemos merecedores de ello. El mérito de Rajel será siempre suficiente para que nunca seamos exterminados.

 

Hoy, en este nuevo comienzo, ese es también nuestro desafío: mantenernos unidos. Hemos sabido estarlo en el dolor —cuando el llanto nos unía—; ahora debemos aprender a estarlo en la alegría.

No podemos permitir que las diferencias nos vuelvan a fragmentar: más allá de nuestro nivel de observancia religiosa, más allá de nuestras posturas políticas, de si somos ashkenazim o sefaradim. Somos una sola familia. Somos los hijos por los que Rajel llora, los hijos que Hashem devuelve a su hogar. Efráim y Yehudá volverán a ser hermanos. A entender que nos une mucho más de lo que nos divide.

 

El Rabino Israel Meir Lau, sobreviviente del Holocausto, dijo alguna vez con lágrimas en los ojos: “Hemos sabido muy bien cómo morir juntos. Ahora debemos aprender a vivir juntos.”

  

Aprender a vivir juntos significa entender que nuestra unidad no depende de la circunstancia, sino del alma compartida. Que nuestra fortaleza como pueblo no nace del consenso absoluto ni de la ausencia de diferencias, sino del compromiso de cuidar unos de otros incluso cuando pensamos distinto.

 

Por eso, en este Bereshit, no solo celebramos el inicio de la Torá: celebramos el comienzo de una nueva etapa para nuestro pueblo. Una etapa que exige de nosotros un corazón abierto, una mirada compasiva y una voluntad firme de mantenernos unidos en la luz, no en la oscuridad.

 

Así como el mundo es renovado en cada instante, también nosotros podemos volver a empezar. Darnos la oportunidad de replantearnos una nueva realidad.

 

Porque cuando los hijos vuelven a casa, no solo regresa la esperanza. Vuelve la vida. Vuelve el alma. Vuelve el pueblo de Israel a ser uno.

 

Deseo con toda mi alma que este Bereshit sea un nuevo comienzo lleno de unión y bendición, y que seamos capaces de aprender las lecciones históricas que nos toca integrar en esta generación, en la que lo único que nos mantendrá firmes será la unión de nuestro pueblo.



 
 
 

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