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Balak

Mientras Bilam se dirigía hacia Moav, respondiendo a la solicitud de Balak de que viniera a maldecir al pueblo de Israel, un ángel de Dios le obstruyó el camino. Curiosamente, este ángel solo fue visible para el burro de Bilam, y no para el propio Bilam. El burro, al ver al ángel bloqueando el camino, se desvió hacia un lado y aplastó la pierna de Bilam contra una cerca.

El Midrash explica que Bilam y su burro iban por un camino rodeado de un viñedo, cercado a ambos lados. El texto señala “una cerca a un lado y una cerca al otro”, creando un interesante paralelismo con las tablas de la ley recibidas en el monte Sinaí, de las cuales se dice que estaban “grabadas de un lado y del otro”.

El Midrash comenta que este detalle sutilmente advertía a Bilam: “No puedes vencerlos, porque tienen en su poder las tablas de la ley, grabadas por ambos lados”. Esto simboliza la vigencia incondicional de la Torá: su mensaje es visible y vinculante desde cualquier ángulo y en cualquier época, independientemente de las circunstancias históricas o personales.

Nuestros sabios asociaron esta imagen del camino cercado con la enseñanza de que no hay forma de “escapar” de la Torá: no existe una situación o conjunto de circunstancias que nos absuelva de su aplicación. Vivimos dentro de límites y pautas establecidos por la Torá, que aseguran que sigamos el camino recto trazado por el Creador.

El Talmud cuenta que Bilam conocía el momento exacto del día en que Dios se enojaba y quiso aprovecharlo para maldecir a Israel. Pero, dado que el pueblo estaba firmemente adherido a la Torá —dentro de esas “dos cercas”—, no existía tal momento en que pudieran ser vulnerables. Al no lograrlo, Bilam aconsejó a Balak que intentara corromper al pueblo mediante la tentación sexual: enviar mujeres para seducirlos, llevarlos a adorar ídolos y así romper esas barreras de disciplina y moral.

Fue la única estrategia que casi tuvo éxito, provocando una plaga que solo se detuvo gracias a la intervención de Pinjás, que defendió el honor divino.

Este relato nos enseña que los “límites” que pone la Torá no son restricciones que nos oprimen, sino la garantía de vivir con seguridad, confianza, amor al prójimo y amor a Dios. Son ellos los que nos mantienen unidos y protegidos, incluso frente a las tentaciones más peligrosas.

 
 
 

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